martes, 25 de mayo de 2010

ill fares the land

En su desternillante descripción de los EEUU de 1935 (La América de una planta), los corresponsales del diario Pravda Ilf y Petrov ponen el dedo en la llaga:
Pero en Norteamérica el problema de la alimentación nacional, como todos los demás, se basa un solo principio: si es rentable o no es rentable. (...) El cine es más rentable que el teatro. Por eso el primero prospera, mientras el segundo languidece , aunque en términos culturales el teatro americano es mucho más interesante que el cine. El tren elevado proporciona beneficios a alguna compañía. Por eso los neoyorquinos se han convertido en mártires.
Recordaba el desconcierto de los periodistas rusos al leer estos días el delicioso libro de Tony Judt en defensa de la socialdemocracia (Ill Fares The Land). Judt se enfrenta a la perspectiva de una muerte cercana, provocada por una enfermedad degenerativa agresiva que ha paralizado su cuerpo pero mantiene su cabeza más activa que nunca.

De entre todos los asuntos a los que podría haber dedicado las últimas horas que no pase contemplando a su mujer y a sus hijos, Tony Judt ha elegido precisamente el de la defensa de lo público, de lo común. Se obsesiona con la certeza de que nos enfrentamos a tiempos peores, en donde desandaremos el camino recorrido con tanto esfuerzo a lo largo de este siglo. Con un simplicidad desarmante describe el deterioro de los fundamentos éticos y políticos que han permitido a las sociedades europeas conocer el mayor bienestar de toda su historia. Y reivindica el papel de los ciudadanos y del estado ("Los informes sobre mi muerte han sido claramente exagerados") a la hora de conservar el contrato que nos une con las generaciones pasadas y con las que nos sucederán.

¿Cómo no percibir el eco de estas palabras en la situación que viven hoy nuestros propios países?:
La recuperación del orgullo y del respeto por uno mismo entre los perdedores de nuestras sociedades fue el eje central de las reformas que marcaron el progreso del siglo XX. Hoy les hemos vuelto a dar la espalda. 
El libro está escrito con Europa y EEUU en la cabeza, pero es imposible no considerar las implicaciones de este planteamiento en el contexto de un mundo profundamente interdependiente. ¿Existe algún modo de proteger los derechos laborales de los europeos sin considerar los derechos de los inmigrantes irregulares o de quienes trabajan en empresas deslocalizadas? ¿Qué poder tiene un solo estado frente a la fontanería financiera que abre una u otra vía de agua de acuerdo con las circunstancias?

Si, como a mí, les abruma la envergadura de esta crisis inasible, dense la oportunidad de retornar con Tony Judt a los fundamentos del progreso: "Aunque fuese lo único que hayamos aprendido del siglo XX, al menos deberíamos captar el hecho de que cuanto más perfecta es la respuesta, más terroríficas son sus consecuencias".

[En este vínculo podrán encontrar un artículo breve del autor sobre su libro. The New York Review of Books ha venido publicando una soberbia serie de piezas autobiográficas de Judt, algunas de las cuales han sido traducidas por El País.]

2 comentarios:

  1. Muy apropriado una defensa del bien común hoy tomando en cuenta el nuevo proyecto educativo en el Reino Unido que propone que las mejores escuelas públicas (medidos por el éxito académico) dejan de ser controladas por las autoridades educativas locales. Todos concocmos el resultado: unas escuelas donde irán los niños de familias de clase media y alta que podrán pagar lo que quieren para atraer a los mejores profesores. Para los niños de familias de clase trabajadora o pobre, escuelas que no podrán competir por atraer a un profesorado de calidad.
    A ver qué más no espera del nuevo gobierno británico.

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  2. Muy cierto, Matt. Más aún, yo creo que Judt escribe con el caso del Reino Unido en la cabeza, mucho más que cualquier otro sitio. Uno de los mejores capítulos (y el más lírico) es el que describe la privatización de los ferrocarriles ingleses como una de las mayores traiciones al interés público.

    Un saludo.

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