miércoles, 10 de marzo de 2010

¿Qué fue de la Ronda de Doha?

Si rebuscan en su trastero quizás encuentren alguna pancarta antigua con el lema "Por un comercio con justicia", o una postal reclamando "La patente o la vida". Son los recuerdos sentimentales de uno de los movimientos civiles más importantes de los últimos años, el que se generó alrededor de las negociaciones de la Ronda de Doha en la Organización Mundial del Comercio (OMC). De hecho, eso que se ha dado en llamar el 'movimiento anti-globalización' comenzó en 1999 durante la conferencia de la OMC en Seattle (una especie de bautismo inaugural, pero estrellando las botellas de sidra champanada en los cascos de los policías). También fue el escenario de uno de los debates ideológicos más fascinantes en los que me he visto involucrado.

¿Por qué tanto revuelo? Básicamente, porque la Ronda de Doha abrió una oportunidad única para poner el comercio internacional al servicio del desarrollo, y eso no es decir poco. No sólo el comercio ofrece oportunidades extraordinarias para los países más pobres en forma de mayores y mejores exportaciones, sino que muchas de las normas de la OMC suponen una seria amenaza para la capacidad de los estados de intervenir en sus economías, y hoy sabemos porqué eso es un problema. La apertura de negociaciones ofrecía la ocasión de maximizar las oportunidades en la lucha contra la pobreza y minimizar sus riesgos, de ahí la atención que generó.

En concreto, Oxfam estableció seis prioridades para convertir la Ronda de Doha en una verdadera Ronda del Desarrollo:
  • Incrementar el acceso de los países pobres a aquellos mercados en los que mejor pueden competir, como la agricultura o los textiles.
  • Garantizar el derecho del mundo en desarrollo a proteger sectores estratégicos de sus economías para fortalecer procesos de industrialización y modernización.
  • Poner fin a la competencia desleal de la exportaciones subsidiadas de los países ricos, sobre todo en el sector agrario.
  • Excluir algunos servicios básicos (como la salud, la energía o el agua) de los procesos de liberalización multilateral.
  • Reformar los mecanismos de toma de decisiones y de solución de diferencias en la OMC para hacerlos más transparentes y democráticos.
  • Cambiar las reglas de propiedad intelectual para garantizar el acceso de las poblaciones pobres a medicamentos esenciales.
De todo este menú, sólo se logró algún avance significativo en el último punto, gracias a la Declaración sobre Propiedad Intelectual y Salud Pública de la Conferencia de Doha (2001). El resto ha sido un formidable juego de ilusionismo por parte de los países ricos, cuyos compromisos iban menguando en la misma medida en que elevaban el volumen de su fanfarria a favor del desarrollo. Resultado: los beneficios esperados de la Ronda para los países pobres se redujeron de 300.000 a 30.000 millones en sólo cuatro años, de acuerdo a los cálculos del Carnegie Endowment. Gran parte de esta pérdida se deriva del injusto acuerdo agrícola, en donde la hipocresía de los países ricos brilló con luz propia, como detallaré en una entrada próxima.

España penduló entre la irrelevancia y el ridículo. Nuestros ministros (primero del PP, luego del PSOE) callaban casi siempre, y cuando hablaban era para apoyar las posiciones más reaccionarias de gobiernos como el francés, cuyo lema en materia de liberalización comercial es "haga lo que yo digo, no lo que yo hago".

Otros países, sin embargo, encontraron en las negociaciones de la OMC la oportunidad para ascender a la primera división de la política internacional. Tuve el privilegio de trabajar, por ejemplo, con los negociadores de India y de Brasil, cuya alianza mutua y con la sociedad civil fue determinante para sortear los chantajes de Europa y EEUU. Fue el nacimiento del mundo multipolar que definirá la globalización del siglo XXI.

Tras el fracaso de la Conferencia de Hong Kong en 2005 (que siguió al fracaso de Cancún en 2003), la Ronda de Doha se ha desinflado casi por completo. El aroma proteccionista de la respuesta a la crisis no ha hecho más que complicar las posibilidades de un acuerdo, y todo parece indicar que la conferencia ministerial prevista para el próximo mes de diciembre puede ser el último clavo en el ataud de la Ronda.

Algunos movimientos y activistas piensan que el descarrilamiento de las negociaciones es una buena noticia y un triunfo del anti-capitalismo. No me busquen entre ellos. Aunque tengo la certeza de que la alianza de países pobres y ONG evitó que se firmase un mal acuerdo, lamento este resultado. En un mundo interdependiente, la ausencia de reglas multilaterales es la jungla, y en la jungla el más grande se come al más pequeño. Francamente, no se me ocurre nada más capitalista que eso. Lo que necesitamos es una OMC fuerte que considere los intereses y las capacidades de todos sus países miembros, y que garantice un comercio al servicio del progreso global. Tal vez no sea tan cool como el cambio climático, pero esta lucha no ha caducado, se lo aseguro.

Pero no discutamos más, con lo poco que nos vemos. Permítanme terminar mi diatriba liberal con otro vídeo del activismo más cáustico y divertido, esta vez de la mano de The Yes Men: la pareja de cómicos se cuela en una conferencia internacional suplantando a un representante de la OMC . La escena sería desternillante... si uno es capaz de ignorar hasta qué punto se toma en serio el público a una institución como la OMC. (Lamentablemente, sólo he encontrado una versión original inglesa subtitulada en francés. Ver otros vídeos y sketches de The Yes Men aquí): http://www.youtube.com/watch?v=3KbmEwjtgmU

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